Tras lo visto la pasada madrugada en el T-Mobile Arena de Las Vegas ya podemos decir que el mejor libra a libra del boxeo mundial se llama Terence Allan Crawford. Este deporte nos debía una pelea desde hace años para dirimir quién de los dos dominadores de los pesos welter era el mejor, pero la falta de acuerdo de los promotores la demoró. Hasta ayer, cuando Crawford, con su 39-0 y el cinturón de la Organización Mundial del Boxeo (OMB), y Spence, que lucía una marca de 28-0 y los otros tres cinturones (Federación, Asociación y Consejo) se subieron al ring de la ciudad del pecado. Reunir tanto talento entre las dieciséis cuerdas es tarea hercúlea. Quizás sólo un Fury-Usyk para unificar los pesados que, de momento, no va a ocurrir, podría rivalizar con la categoría de estos dos hombres.
Sonó la campana. Guardia zurda para ambos y primer asalto de tanteo. Jabs de derecha para medirse. Técnica. Prudencia y asalto dividido. Así comenzó el segundo, pero Spence se fue al suelo. No fue por la contundencia del golpe de Crawford sino porque estaba desequilibrado en el ring, con los pies mal colocados, y el directo le hizo caer como de un empujón. Pero cuenta igual como derribo, lo que le hizo perder ese asalto 10-8. Demasiado pronto para comenzar a decantar la pelea para el de Nebraska. Eso obligó a Errol Spence Jr. (Long Island, Nueva York, 1990) a subir la intensidad e ir a la guerra. Y la perdió, porque no se puede a vencer a quien lo hace todo perfecto.
Terence Crawford (Omaha, Nebraska, 1987) dio una lección de boxeo que pasará a la historia, porque lo hizo en la pelea más importante de los últimos años, en la cima del deporte que no se juega, en las grandes noches, donde hay que demostrar la fuerza y el talento. Sus golpes llegaban diáfanos. Ora rectos, ora curvos. Entraba, golpeaba y salía. Mientras, su rival lanzaba los puños pero no hacían daño. Crawford se cerraba como el mismísimo Floyd Mayweather y absorbía los impactos sin inmutarse ni moverse un milímetro. Los puños de Spence hacían el daño de una pelota de ping pong contra el caparazón de una tortuga. Esto coloca a Crawford en una dimensión brutal, porque apabullaba a uno de los mejores libra a libra del mundo, a un tipo que boxea como pocos, al que nadie había vencido y que traía tres fajas. Los asaltos iban sucediéndose y todos caían del lado del de Omaha, que mostraba una superioridad casi insultante en todas las áreas de la lid.
En el séptimo Crawford conectó un gancho perfecto y derribó al de Long Island, que volvió a la lona justo al final del asalto, así que un 10-7 para el que todo lo hacía bien. A esas alturas de la pelea Errol Spence era un ecce homo. Nadie sobre la faz de la tierra le había infringido antes semejante castigo. Ensangrentado, un ojo dañado y lo peor, la derrota en la mirada. Enfrente Crawford parecía recién salido de la ducha. Iba a acabar la pelea en cualquier momento. Y ese momento fue el noveno asalto. Terence lanza a su compatriota una combinación de golpes que le habían preparado en el infierno. Errol cabeceaba pero no le salen las esquivas y el árbitro decide intervenir y detiene la sangría. KO técnico. Pudo pecar de prudencia. Otros réferis habrían dejado seguir, pues Errol, aunque muy a duras penas, se mantenía. Pero de haberlo hecho le habríamos visto caer a la lona de Las Vegas y ni siquiera tener que escuchar la cuenta. A veces perder la espectacularidad de un ko es necesario para proteger la salud de un deportista. Nada que reprochar al señor de azul, pues en esa arena ya no había nada por dirimir.
Terence Crawford ya es campeón indiscutido de los pesos welter (147 libras, 66,700 kg), una de las divisiones más disputadas del boxeo, como ya lo fue de los superligeros, todo un hito. ¿Y ahora qué? Se especulaba con la posibilidad de revancha o incluso una trilogía de las épicas, pero eso fue antes de que subieran al ring. Creo que los amantes del boxeo no necesitamos ver un Crawford-Spence II, así que el campeón debería buscar otros retos. En su anterior pelea dio otra lección magistral al ruso David Avanesyan, el peleador que antes de dar el salto a Estados Unidos había destrozado a nuestro Kerman Lejárraga. Y así lo ha hecho 40 veces seguidas. Cuarenta hombres han intentado derrotarlo y nadie ha podido. Extrapolemos eso a cualquier faceta de la vida… Señor Crawford, a sus pies.